¡Hooola!
Hoy quiero compartir con Ustedes, contigo el relato de un acontecimiento revelador de la fragilidad de la democracia colombiana que ocurrió hace una semana precisamente, en la Casa de América en Madrid.
Que estés, que estén muy bien.
¡Sigamos obrando para lograr Justicia, Paz y Democracia en el mundo!
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ALEJANDRA Y EL TRAJE INVISIBLE DEL EMPERADOR
Madrid, Casa de América, 20 horas [el día 5 de julio de 2007].
La embajadora de Colombia en España, Noemí Sanín, se dirige a un diverso y nutrido auditorio de colombianos y españoles en el marco del foro “Mitos y realidades del conflicto colombiano”. Hace una exposición de la versión oficial de lo que ocurre hoy en Colombia: La economía va bien, se ha recuperado la confianza gracias al liderazgo del presidente Álvaro Uribe, se mejora cada día la cobertura en salud y educación, se han recompuesto los consensos básicos para la convivencia, el escándalo de vinculaciones entre políticos y paramilitares ha permitido que se hable de verdad, justicia y reparación a las víctimas, y, aunque todavía persisten algunos de los fenómenos que dificultan la convivencia como el conflicto armado y el narcotráfico, el futuro del país se ve con optimismo.
Acto seguido viene la ronda de preguntas del público asistente. Una señora habla de mejorar la educación, un muchacho pregunta cómo ampliar la democracia, y de repente, Alejandra toma la palabra.
–Buenas tardes, señora embajadora. Soy Alejandra Rodríguez, hija de uno de los doce empleados de la cafetería del Palacio de Justicia que fue desaparecido durante el operativo militar contra la toma del M-19 en 1985. Cuando mi padre desapareció yo tenía un mes de vida y quiero saber, si usted nos habla de confianza, transparencia y publicidad, ¿por qué como ministra de Comunicaciones de la época, ordenó suspender la transmisión televisiva de la toma y programar en su lugar un partido de fútbol?
Y la (¿cándida?, ¿ingenua?) embajadora contesta:
–Alejandra, tú eras una bebé y no sé qué te habrán contado. Pero efectivamente yo ordené la suspensión de la transmisión de la toma porque sabíamos que otro comando del M-19 había secuestrado un camión distribuidor de leche en un pueblo cercano a Bogotá y estaba repartiéndola entre la gente. Eso nos llevó a pensar que lo mejor era controlar la información porque temíamos que la situación degenerara en una revuelta popular parecida a la del 9 de abril de 1948, cuando el centro de Bogotá fue destruido como respuesta al asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Además, los medios de comunicación estaban irresponsablemente transmitiendo la toma como si fuera un partido de fútbol, así que nos pareció que lo más adecuado era que se transmitiera un partido de fútbol de verdad.
Hay unos segundos de incómodo silencio. Alguien grita: “¡Qué vergüenza!”, otro grita: “¡Cínica!”, el ambiente se caldea, un sindicalista toma la palabra y espeta a la embajadora, alguien se levanta sobre su silla y saca un papel que reza “Colombia: no más impunidad”, otros más extienden una pancarta con una frase similar y corean “¡Asesinos!, ¡asesinos!”. El foro termina abruptamente y no hay espacio ni oportunidad para nada más. Los escoltas de la funcionaria se ponen muy nerviosos y más aún los guardias de Casa de América que no entienden lo que ocurre. La embajadora se asusta, se excusa, dice que tiene otro compromiso, promete reunirse de nuevo con los indignados asistentes y se escabulle rodeada por sus guardaespaldas, quienes muy a su pesar deben esta vez, por encontrarse en Madrid y no en Colombia, pedir respetuosamente que los dejen salir. Lo que había comenzado como un foro académico termina convirtiéndose en un mitin contra el gobierno.
Alejandra con su pregunta es como el niño del cuento que señala, desde su inocencia, que el emperador no lleva un traje invisible que sólo pueden ver los iniciados, sino que está desnudo. Su pregunta, y aún más la torpe respuesta de la embajadora, evidencian la farsa que suponía un foro donde agentes del establishment pretendían desvirtuar los mitos que existen sobre el conflicto colombiano. O tal vez no.
Pensándolo bien su pregunta hizo, por el contrario, que el foro cobrara sentido porque con su respuesta y sin querer, la embajadora desvirtuó el mito de que en Colombia hay respeto por los derechos humanos, libertad de expresión, garantías a la oposición y, como dicen los miembros del gobierno, una “democracia profunda”.
Sí, pensándolo bien, Alejandra le dio sentido al foro. Un foro que prometía ser una sosa sesión de autocomplacencia, se convirtió en una evidencia más, esta vez bajo los focos de la prensa internacional, de la precariedad de la democracia colombiana.
Gracias Alejandra. Estoy seguro que Noemí aún no comprende el tamaño de su liviandad, pero tú la supiste dejar en evidencia.
Federico García Naranjo
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